Sebastián tiene un ojo de cada color. El izquierdo es verde oliva, como una oliva verde, lo mismo que los de su madre, su abuela, su bisabuela, tatarabuela y demás antepasadas maternas. El derecho es negro aceituna, como una aceituna negra, idéntico a los de su padre, su abuelo y etcétera.
Eso hace que sus perfiles parezcan de dos personas
distintas. Tanto, que tiene amigos de un lado y amigos del otro. Así, cuando
quiere jugar con unos, sale mirando al oeste, y cuando con otros, se encamina hacia el
este. Hasta su madre cree tener dos hijos. Nadie se atreve a decirle que es el
mismo. Y como eso supone doble merienda, doble helado y doble de todo, pues él tampoco
se lo cuenta.
Un día descubrió que, al guiñarlos, ciertas cosas verdinegras desparecían de su vista. Así, si cerraba el verde oliva, desaparecían los prados, los guisantes, lo militares… Si lo hacía con el negro aceituna, dejaba de ver golondrinas, sotanas, escarabajos. Se pasaba horas guiñando y haciendo invisible su entorno.
Todo cambió al pasar el tiempo. Una tarde, sentado en su
puerta, entornando uno y otro ojo, nada se iba de su vista. Después de mucho
intentarlo, comprendió que ya era mayor, que ya no podía ocultar nada. Entonces, se levantó y entró a buscar a su madre. La miró de frente y le dijo:
mamá, solo yo soy tus dos hijos. La madre lo observó sorprendida y, abrazándolo
fuerte, le susurraba: ay, mi niño, pero cuánto has crecido.
Gracias a la invitación de Manolo Ortiz Soto, este micro aparece en esta antología de minificción para niños, PEQUEFICCIONES, publicada por Parafernalia Ediciones Digitales. En ella intervienen 103 autores de Latinoamérica y España.
Mil gracias a él y también a Chris Morales, compiladora junto al mismo Soto. Y a Alberto Sánchez Argüello, por el proyecto.
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