domingo, 15 de diciembre de 2019

INUNDADOS

Imagen tomada de la red

En la última riada perdimos a la única abuela que nos quedaba. Antiguamente las había muy a menudo. Las riadas, digo. En otras anteriores se habían llevado a mi hermano chico, con su cuna y todo, a una cuñada taquígrafa, que teníamos, un bonsái heredado y la nevera, con la compra de ese viernes recién hecha, entre otros muchos seres y enseres. Ya no hay inundaciones. Porque ya no queda nada que inundar. Todo está húmedo, anegado o sumergido. 
Antes de que se la llevara el agua también, en la tele contaban que tanta desgracia pantanosa era por causa del deshielo de los polos. Y por el clima loco y la contaminación y los plásticos en el mar y los incendios. Y por los ríos, que prefieren volver a su cauce. De eso hace ya muchos años. Por entonces, los vecinos lo comentaban cuando salían a tomar el fresco y se acababan burlando de esas ocurrencias. Ahora no hay quien salga a tomarlo, porque todo está igual de fresco y no hay que ir a buscarlo a ningún sitio. Y porque se ha de permanecer dentro, achicando agua continuamente, si se quiere respirar sin ahogos y fatigas. Además, ya nadie tiene ganas de hablar, ni motivos para reírse. Todos han perdido a alguien, arrastrado o disuelto por el agua. Y tampoco salen a la puerta por lo otro, lo peor de todo, que en la calle ahora siempre huele a seres vivos muertos.

Mi apuesta para ZENDA, sobre el cambio climático.
#COP25

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DESPUÉS DEL COMENTARIO, DIME SI ERES TÚ O ELLO. Gracias