sábado, 22 de diciembre de 2018

La Vida Ahogada

Imagen de La Micro
Nos suicidamos una y otra vez y seguimos vivos y perplejos. Nos hemos ahorcado, cortado las venas, disparado en la sien. Llegamos a lanzarnos desde azoteas, precipicios, a los trenes, del puente, al río para que nos llevara. Y nada. Lo último ha sido tirarnos desde un acantilado al mar con una piedra atada a los pies. Pero ni aun así. Es duro y esto tampoco es vida ni muerte para nadie. Y menos para una familia típica y asfixiada. Aquí en el fondo, mi mujer no se mueve cuando la miro para hacerse la ahogada y no preocuparme. Pero yo sé que respira sin hacer burbujas. El grande, que está en la edad del pavo, no me angustia demasiado, todo lo vive a su manera; y que por lo menos se está fresquito, dice, mientras ve pasar las medusas tumbado en el coral. Pero el pequeño, ese me rompe el corazón. Lo miro intentando pegar sin parar los cromos del álbum, que con tanta humedad no hay forma de que se adhieran, y su empeño me hace llorar y llorar de tristeza. Aunque con el agua salada no se nota y, encima, parece que ni tan siquiera el llanto aquí consuele.

Relato ganador en La Micro, en el mes de noviembre en la categoría de castellano. De esta manera, aparecerá en la en la recopilación anual que se hace con los ganadores y finalistas y, además, pasa directamente a la final absoluta de junio. Si clicas en este enlace, te lleva a conocer al ganador en catalán y a los finalistas en ambas categorías.
Y en este, a los audios de los dos relatos, creados por En Veu Alta.

sábado, 8 de diciembre de 2018

De otro mundo

Imagen de la red
Mi tío me llevó al cine porque mi primo le insistió para que yo también fuera. El hermano de mi padre era un bruto, decía mi tía. Vivíamos en su casa y por algún motivo no me apreciaba demasiado. Y a mi madre tampoco. 
ET fue una llorera común, compartida por una platea llena de toses y jipidos. Lloraba también el acomodador que, como no era su primer pase, lo hacía antes de tiempo anticipándonos los momentos más tristes. Mi tío aguantó hasta casi el final, donde se desparramó en un drama propio y particular. Entonces me pasó su brazo y lloró contra mí, llenándome de lágrimas y mocos el cuello. Cuando salimos, él siguió llorando y tuvo que parar el coche porque le dio un ataque, con hipo y todo. Durante el camino no dejó de mirarme y tocarme la cabeza. Yo, más asustado que preocupado, no entendía nada, y mi primo menos. Ninguno hablamos. Cuando llegamos a casa, mi madre, una guineana más oscura que yo; de labios grandes y corazón a juego, como decía mi tía, me llevó a la habitación. Allí me contó de mi padre, de África y del color negro.

Relato premiado con accésit en el II CONCURSO DE MICRORRELATOS MONTE DE PIEDAD "Carmen Alborch", al que concurrieron en esta edición más de mil propuestas. Claro, orgulloso es poco o casi nada. AQUI se puede acceder al resto de premiados.