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Imagen de la red |
Lo oí en algún sitio y fue un chispazo detrás de mi
frente: acróstico. Enseguida comencé a imaginarme a uno de ellos, con sus patas
y sus pétalos y sus gafitas de leer. Luego, continué con acrósticos de todos
los colores, redondos, acabados en punta, en penacho. Rugosos. Altos como
farolas, con olor a limón y tarde de otoño. Chiquitines, pegados a las
esquinas, perplejos, mirando a la gente pasar. Corriendo por una pradera,
perseguidos por leones o guepardos. Los vi en el fondo de los océanos, meciéndose
con estrellas y caballitos de mar. Los sentía en las axilas, entre los dedos de
los pies, bajándome por la rabadilla. Acrósticos, acrósticos por todas partes. Cascadas,
caminos, borbotones de acrósticos montándose entre sí. Blusas estampadas de
acrósticos. Abandonados en los escritorios antiguos, entre la pelusilla de los
cajones, con las chinchetas y las grapas oxidadas. Si te fijabas, un acróstico podía
estar brillando tímido junto a Venus. O en los teclados, donde los asteriscos, los
guiones y las comillas. Acrósticos. Ideaba cabellos hermosamente peinados con acrósticos
y tirabuzones. Los visualizaba en los escaparates de las pastelerías, junto a
los suizos y las medias lunas. O a veces se quedaba uno de ellos iluminando en
naranja, rezagado, al atardecer. Acróstico. Entrando por las ventanas de los
matrimonios que ya no se quieren. Lo notaba crujir en mi boca, acróstico, para
salir luego ya sin cáscara por los labios. Miraba el color acróstico de sus
ojos, te amé acrósticamente y sin tapujos, me dispuse a una vida acróstica y desmedida.
Un día encontré un libro titulado “Los acrósticos más hermosos”,
lo cogí. Toqué la tapa, como si leyera siendo ciego, y estuve a punto de
abrirlo. Pero no. Qué iba a ganar con ello. Peor aún, qué iba a perder.
Relato con el que participo también en #historiasdelibros de ZENDA.
¡Qué bonito y qué tuyo!
ResponderEliminarAcrósticamente,
Isa
Qué acróstica a veces las vida, verdad?
EliminarUn beso.