Imagen de El País |
Su madre le coge la cara entre sus manos para que solo la
mire a ella y no vea nada más. Otras veces le tapa los oídos mientras canta. Pero
las explosiones no le dejan oír la canción. Si corren juntos, es un juego. Lo
mismo que si se esconden o guardan silencio mucho rato. Antes jugaba fuera.
Ahora no. Casi no hay niños en ningún sitio y, según él, las callen están rotas.
Cuando pregunta por alguien, ella le contesta que se ha ido de vacaciones. Pero
él ha visto cómo algunos se van y a otros se los llevan. Aunque hay muchos a
los que no ha visto irse. Ni quedarse. No los ha visto más.
Por las noches, tumbada junto a él, su mamá le cuenta
historias que se inventa y otras que no. Al final, cierra los ojos para que ella crea que se ha dormido. Así puede descansar de hacer que no se asuste. Quitar
el miedo debe ser lo que más cansa de este mundo. Entonces, está tan agotada,
que siente que está igual de rota como su calle, y la oye llorar como hacen todas
las madres.
Relato participante en la propuesta de ZENDA para el 8 de marzo, #Heroínas
Hola Miguel Angel!! Que buen relato, me hiciste emocionar soy madre y si estuviera en esa penosa situación, haría lo mismo, que cruel realidad que viven muchas madres, niños en esta ocacion.
ResponderEliminarTe felicito y te agregue a mis blogs que mas me gustan para seguir leyendote.
Un gran placer leerte!!
Un abrazo!!
Gracias, Gra!
EliminarGracias por tu visita, tu comentario y por seguirme. Yo ya también te sigo.
Un abrazo.
Es un micro muy emotivo, y me gusta cuando el punto de vista narrativo pasa de la madre al niño.
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