Me llamo José Ramón y en la década de los sesenta fui miss España. Me callo el año para no dar más pistas. Actualmente soy parte de la junta directiva de una importantísima empresa indoeuropea, de la que tampoco voy a dar más datos. Y llevo bigote. Cualquiera que se fije en mí, nunca lo diría. Que fui miss, digo.
En la infancia, cuando jugaba con mis primas, yo siempre pedía ser la reina, o la princesa, o la protagonista: la más guapa, en cualquier caso. Algún día seré muy bella, sentencié un día iluminada. Y me miraron como si acabara de decir que caminaba por el techo a oscuras. Anda, soltó la mayor, con esa nariz y esa frente no vas ni a ser mona. Bueno, mona sí, corrigió la otra antes de mearse de risa. Toda la niñez la dediqué a prepararme para ello. Y lo conseguí. Ya sé que suena un poco a cuento de Andersen, pero es real.
Con mis primas, claro está, dejé de verme. Durante mi año de reinado fui a todas las inauguraciones, a todas las recepciones a las que era invitada como la más bella de ese año. Me harté de conceder entrevistas y responder a cosas repetidas, aburridas y sin sentido. Pero en una de ellas alguien me preguntó sobre lo que pensaba hacer con mi futuro. Estábamos en un programa de televisión muy de moda entonces. Hice una pausa y pensé hacia dentro, más que nunca en mi vida. Levante la cabeza, busqué mi cámara y contesté con aplomo: algún día me gustaría vivir cómodamente, sin tenerme que mirar al espejo a cada rato. Poder vivir sólo de mi cerebro.
Entre el público del plató alguien rió de forma estúpida, eran los años sesenta y por entonces se reía tontamente. Pero en ese momento había tomado la segunda decisión más importante de mi vida. Me quité la corona, que estaba obligada a llevar continuamente, y poniéndome en pie la estrellé contra un foco, haciéndola trizas. Me quité los zapatos que me estaban matando hacía tres lustros. Uno lo dejé sobre la mesa, el otro se lo lancé a la de la risa estúpida que justo dejó de sonreír en ese momento. Y salí andando lentamente ante el silencio desconcertado de todo el mundo. Luego, me hice gestor y me dejé bigote.
Este relato en su anterior vida se tituló PERSEVERANCIA.
Va por ti, Lola.
En la infancia, cuando jugaba con mis primas, yo siempre pedía ser la reina, o la princesa, o la protagonista: la más guapa, en cualquier caso. Algún día seré muy bella, sentencié un día iluminada. Y me miraron como si acabara de decir que caminaba por el techo a oscuras. Anda, soltó la mayor, con esa nariz y esa frente no vas ni a ser mona. Bueno, mona sí, corrigió la otra antes de mearse de risa. Toda la niñez la dediqué a prepararme para ello. Y lo conseguí. Ya sé que suena un poco a cuento de Andersen, pero es real.
Con mis primas, claro está, dejé de verme. Durante mi año de reinado fui a todas las inauguraciones, a todas las recepciones a las que era invitada como la más bella de ese año. Me harté de conceder entrevistas y responder a cosas repetidas, aburridas y sin sentido. Pero en una de ellas alguien me preguntó sobre lo que pensaba hacer con mi futuro. Estábamos en un programa de televisión muy de moda entonces. Hice una pausa y pensé hacia dentro, más que nunca en mi vida. Levante la cabeza, busqué mi cámara y contesté con aplomo: algún día me gustaría vivir cómodamente, sin tenerme que mirar al espejo a cada rato. Poder vivir sólo de mi cerebro.
Entre el público del plató alguien rió de forma estúpida, eran los años sesenta y por entonces se reía tontamente. Pero en ese momento había tomado la segunda decisión más importante de mi vida. Me quité la corona, que estaba obligada a llevar continuamente, y poniéndome en pie la estrellé contra un foco, haciéndola trizas. Me quité los zapatos que me estaban matando hacía tres lustros. Uno lo dejé sobre la mesa, el otro se lo lancé a la de la risa estúpida que justo dejó de sonreír en ese momento. Y salí andando lentamente ante el silencio desconcertado de todo el mundo. Luego, me hice gestor y me dejé bigote.
Este relato en su anterior vida se tituló PERSEVERANCIA.
Va por ti, Lola.
Para q luego puedas decir: mis mayores fans mis sobrinas!!!
ResponderEliminarEres increíble me impresiona todo lo q eres capaz de despertar con tus palabras.
Bueno, ya que te gusta que le echen comentarios al blog y no sigues la nueva moda de suprimirlos te diré que me parece divertidísimo este relato y escrito con maestría.
ResponderEliminarVolveré por aquí.
Lo tengo claro, aunque no escribiera, aunque no tuviera blog, siempre he sentido que lo podría decir.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que te guste lo que hago (quizá no sabías mucho de esta faceta mía).
Un besobri
Bienvinida a ETYPÉ, Elisa.
ResponderEliminarGracias por la valoración que haces de mi relato (jolín, maestría...).
Por supuesto, espero seguir viéndote por aquí.
Un saludo.
Pd. ¿Qué moda es esa de suprimir los blogs?
Otra pd. Todos los blogs de tu perfin los gestiones tú???
Jesús, he escrito 8 frases y me he equivocado 3 veces!!!
ResponderEliminarClaro, para mi es todo un descubrimiento pq me gusta mucho leer y no había tenido la oportunidad de leer nada tuyo.
ResponderEliminarGracias a tu blog me siento más cerca de ti y además disfruto leyendote.
Gracias!!
Muchas gracias por el informe técnico y gracias por existir.
ResponderEliminarMe ha costado encontrarlo, pero lo he conseguido!!
ResponderEliminarLo del bigote me encanta. Es el hilo conductor de todo el relato. Estupendo.
Hemos tenido ambos la misma idea, seguro que hay otros sochocientos mil con los que coincidimos, pero le hemos dado un enfoque diferente. Eso es la magia de las palabras.
Un abrazo