Desde el principio peiné sus pelucas, ordenaba su maquillaje, cosía lentejuelas; ya sabe, todo eso que hace la esposa de un transformista. Ya en la boda le hice un juramento: siempre estaré junto a ti; él, me cantó una de Betty Misiego. Estuvo graciosísimo ese día. Llegó a ponerse mi traje de novia y, ante los invitados, hizo el número donde Gilda se quita los guantes. Qué risa. Luego se transformó. Y fue la primera vez. Al día siguiente, de resaca, me pidió perdón. Yo sé que no era culpa suya. Quizá debí pedir socorro, abandonarlo, mientras pude. Pero mantuve mi promesa, su señoría, y me quedé a su lado, callando, como alma en pena. Me fui apagando, diluyendo, volviéndome umbría sin más. No miento, señor juez. Sé que cuesta de entender, pero no hay muertos ni desaparecidos en esta historia. Simplemente, ahora él soy yo, y ella, ahí la ve, mi sombra.
Relato finalista del mes de agosto en el III Concurso de Relatos sobre Abogados. En negrita, las palabras obligatorias del mes.
Relato finalista del mes de agosto en el III Concurso de Relatos sobre Abogados. En negrita, las palabras obligatorias del mes.