Imagen tuneada de la red |
Cuando
llegaron a aquel pueblo de interior, temió que el aire las acabara secando por
dentro. Pero comprobó, asombrada, que su hija se habituaba rápidamente a vivir
lejos de la costa. No así ella, que añoraba el olor, el sonido, el horizonte
marino. Tanto que muchas noches creía estar volviéndose loca y le parecía oír el
mar entre sueños. Entonces, le
gustaba imaginar que rompían las olas en su salón a oscuras y lo llenaban de
espuma. Una madrugada, desvelada, advirtió a la cría saliendo de la habitación,
dirigirse a la cocina y luego al baño. Al comprobar que no regresaba, se
levantó pensando que podría estar ocurriéndole algo. Acercando la oreja creyó sentir el oleaje al otro lado de la puerta. Abrió asustada. La niña refulgía
como si hubiera luna y lanzaba puñados
de sal a la bañera. Había desaparecido el fondo y el agua se mecía en
azul. Olía a playa. Sintió la brisa. Es para bañarme, mami. Es que si no, el
mar me duele y se me sale de aquí dentro, dijo señalándose el pecho.
Micro con el que participo en Zenda, en la convocatoria #UnMarDeHistorias esperando un día dar en el clavo.