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Nos suicidamos
una y otra vez y seguimos vivos y perplejos. Nos hemos ahorcado, cortado las
venas, disparado en la sien. Llegamos a lanzarnos desde azoteas, precipicios, a
los trenes, del puente, al río para que nos llevara. Y nada. Lo último ha sido
tirarnos desde un acantilado al mar con una piedra atada a los pies. Pero ni
aun así. Es duro y esto tampoco es vida ni muerte para nadie. Y menos para una
familia típica y asfixiada. Aquí en el fondo, mi mujer no se mueve cuando la
miro para hacerse la ahogada y no preocuparme. Pero yo sé que respira sin hacer
burbujas. El grande, que está en la edad del pavo, no me angustia demasiado,
todo lo vive a su manera; y que por lo menos se está fresquito, dice, mientras
ve pasar las medusas tumbado en el coral. Pero el pequeño, ese me rompe el
corazón. Lo miro intentando pegar sin parar los cromos del álbum, que con tanta
humedad no hay forma de que se adhieran, y su empeño me hace llorar y llorar de
tristeza. Aunque con el agua salada no se nota y, encima, parece que ni tan
siquiera el llanto aquí consuele.
Relato ganador en La Micro, en el mes de noviembre en la categoría de castellano. De esta manera, aparecerá en la en la recopilación anual que se hace con los ganadores y finalistas y, además, pasa directamente a la final absoluta de junio. Si clicas en este enlace, te lleva a conocer al ganador en catalán y a los finalistas en ambas categorías.
Y en este, a los audios de los dos relatos, creados por En Veu Alta.