Imagen del certamen |
Desde la última di por hecho que ya nunca volvería a sentir lo
mismo, que eran todas iguales. Hasta justo ese momento en el que noté por
dentro que a la carnicera le compraría todo lo de las neveras, para que pudiera
cerrar y llevármela al lago a contar patos. Con el corazón en la mano yo y con
un hígado de cerdo ella, le dije bajito pegado al cristal, para que nadie me
oyera, lo que sentía. Desde entonces nunca da la casualidad de que me atienda
ella, pero no para de mirarme entre emocionada y nerviosa; no sé bien, es difícil
entenderlas del todo. Aunque no hay duda de que esto nuestro tiene futuro. El
otro día se cortó en un dedo al verme entrar, y no miento si digo que yo le
habría lamido la sangre hasta dejarle la herida blanca, solo para demostrarle
que nada de ella me da ya escrúpulos. Por eso le he comprado unos cuchillos buenos
de ajuar y un anillo bastante caro, y esta noche voy a abordarla por el
descampado que va a su casa para pedirle matrimonio. Estoy deseoso de ver su cara,
se va a quedar muerta.
Relato que en el mes de diciembre que llegó a las deliberaciones finales en el concurso de La Microblioteca. Los otros finalistas eran de Joaquim Valls, Ernesto Ortega y Kalton Harold, tres hachas en esto de escribir en chiquito.
El ganador había sido un relato de Asun Garate, otra que tal baila. En la categoría en catalán la ganadora fue Inma Torné, a quien no tenía el gusto.