sábado, 21 de marzo de 2020

El perro limón

Imagen tuneado de la red

Mi perro se come las flores del limonero. Las que caen abiertas. Y los capullos sin abrir, que son como garbanzos rosados con rabito, también. Me di cuenta porque comenzó a ladrar en un amarillo tan chillón, que deslumbraba al oírlo; aunque estuvieras lejos o fuera de noche. Como sé lo que molesta que te encandilen sin venir a cuento, pensando en los vecinos, intenté poner remedio. Lo amarré con una cadena que no le permitiera acercarse al árbol. Así lo he tenido cuatro semanas. Y, si bien es cierto que ya no refulgía ni molestaba el color de sus ladridos, que volvió a ser normal, entre el marrón y el aluminio de siempre, he empezado a notar que el limonero ya no es el mismo. Está pocho. Yo lo riego igual y le pongo abono, pero lo veo alicaído. Cabizbajo. De hecho, si uno entrecierra los ojos y lo mira, su estampa se parece más a un sauce llorón que a un cítrico. Además, las hojas se le están volviendo traslúcidas, como alas de mariposa. Temo que a este paso una mañana me levante y haya echado a volar. Así que, después de sopesarlo, he decidido que hoy mismo suelto al perro, para que se quieran como antes, y reparto tapones de los oídos y gafas de sol entre el vecindario.

Relato aparecido en "Liebre por gato", la sección de "Los diablos Azules" en INFOLIBRE. Agradecidísimo a Gemma Pellicer y Fernando Valls, coordinadores de dicho espacio y difusores del género breve. 
Pinchando AQUÍ podrás conocer y leer a todos los microrrelatistas que han pasado por sus páginas.

sábado, 7 de marzo de 2020

DESCANSO

Imagen de El País

Su madre le coge la cara entre sus manos para que solo la mire a ella y no vea nada más. Otras veces le tapa los oídos mientras canta. Pero las explosiones no le dejan oír la canción. Si corren juntos, es un juego. Lo mismo que si se esconden o guardan silencio mucho rato. Antes jugaba fuera. Ahora no. Casi no hay niños en ningún sitio y, según él, las callen están rotas. Cuando pregunta por alguien, ella le contesta que se ha ido de vacaciones. Pero él ha visto cómo algunos se van y a otros se los llevan. Aunque hay muchos a los que no ha visto irse. Ni quedarse. No los ha visto más.
Por las noches, tumbada junto a él, su mamá le cuenta historias que se inventa y otras que no. Al final, cierra los ojos para que ella crea que se ha dormido. Así puede descansar de hacer que no se asuste. Quitar el miedo debe ser lo que más cansa de este mundo. Entonces, está tan agotada, que siente que está igual de rota como su calle, y la oye llorar como hacen todas las madres.

Relato participante en la propuesta de ZENDA para el 8 de marzo, #Heroínas