sábado, 17 de octubre de 2020

LA PROMESA


La sigue hace rato. Desde que la descubrió pasando apresurada por delante de su casa, sin detenerse a mirar. Tras su puerta entreabierta, la observó parada unos instantes en medio de la plaza, junto al banco de piedra. Nadie cambia tanto ni del todo, pensó. Observándola de lejos, la tarde se vuelve antigua. Antigua y blanda, como de cielo encapotado anunciando tormenta. Luego, cuando la vio echar a andar de nuevo voceó a su madre, que andaba dentro, que salía a comprar pan. Ha regresado y tiene que explicarle. Ni siquiera oyó a la anciana decir que ya lo había comprado ella.
La persigue en la distancia. La ve saludar a alguna vecina, sonreír triste ante la casa del Segundino. “La Según”, del que todos en el pueblo se reían, hasta que se quitó la vida, y luego todos en el pueblo se arrepintieron. Una vez le ha parecido que casi le descubre, y ha disimulado mirando un escaparate. Lo ha visto hacer en las películas. Solo que le pilló ante la pescadería, y se entretuvo contemplando besugos y pescadillas. Busca ese momento en el que acercarse. Ha de preguntarle. Tiene que saberlo. Entonces, la ve tomando rumbo a Las Culebras, donde todas las generaciones juegan, y nunca pierden, a ser adultos. Es el momento. Acelerando tras ella, se siente de pronto a lomos de caballo, aunque es sólo su pecho el que trota. Contárselo. Han pasado muchos años, pero ha cumplido su palabra: ella nunca se casó.

Relato con el que participo en ZENDA, con #historiasrurales

sábado, 3 de octubre de 2020

Verde oliva, negro aceituna


Sebastián tiene un ojo de cada color. El izquierdo es verde oliva, como una oliva verde, lo mismo que los de su madre, su abuela, su bisabuela, tatarabuela y demás antepasadas maternas. El derecho es negro aceituna, como una aceituna negra, idéntico a los de su padre, su abuelo y etcétera.
Eso hace que sus perfiles parezcan de dos personas distintas. Tanto, que tiene amigos de un lado y amigos del otro. Así, cuando quiere jugar con unos, sale mirando al oeste, y cuando con otros, se encamina hacia el este. Hasta su madre cree tener dos hijos. Nadie se atreve a decirle que es el mismo. Y como eso supone doble merienda, doble helado y doble de todo, pues él tampoco se lo cuenta.
Un día descubrió que, al guiñarlos, ciertas cosas verdinegras desparecían de su vista. Así, si cerraba el verde oliva, desaparecían los prados, los guisantes, lo militares… Si lo hacía con el negro aceituna, dejaba de ver golondrinas, sotanas, escarabajos. Se pasaba horas guiñando y haciendo invisible su entorno. 
Todo cambió al pasar el tiempo. Una tarde, sentado en su puerta, entornando uno y otro ojo, nada se iba de su vista. Después de mucho intentarlo, comprendió que ya era mayor, que ya no podía ocultar nada. Entonces, se levantó y entró a buscar a su madre. La miró de frente y le dijo: mamá, solo yo soy tus dos hijos. La madre lo observó sorprendida y, abrazándolo fuerte, le susurraba: ay, mi niño, pero cuánto has crecido.

Gracias a la invitación de Manolo Ortiz Soto, este micro aparece en esta antología de minificción para niños, PEQUEFICCIONES, publicada por Parafernalia Ediciones Digitales. En ella intervienen 103 autores de Latinoamérica y España. 
Mil gracias a él y también a Chris Morales, compiladora junto al mismo Soto. Y a Alberto Sánchez Argüello, por el proyecto.