La sigue hace rato. Desde que la descubrió pasando apresurada por delante de su casa, sin detenerse a mirar. Tras su puerta entreabierta, la observó parada unos instantes en medio de la plaza, junto al banco de piedra. Nadie cambia tanto ni del todo, pensó. Observándola de lejos, la tarde se vuelve antigua. Antigua y blanda, como de cielo encapotado anunciando tormenta. Luego, cuando la vio echar a andar de nuevo voceó a su madre, que andaba dentro, que salía a comprar pan. Ha regresado y tiene que explicarle. Ni siquiera oyó a la anciana decir que ya lo había comprado ella.
La
persigue en la distancia. La ve saludar a alguna vecina, sonreír triste ante la
casa del Segundino. “La Según”, del que todos en el pueblo se reían, hasta que
se quitó la vida, y luego todos en el pueblo se arrepintieron. Una vez le ha
parecido que casi le descubre, y ha disimulado mirando un escaparate. Lo ha
visto hacer en las películas. Solo que le pilló ante la pescadería, y se
entretuvo contemplando besugos y pescadillas. Busca ese momento en el que
acercarse. Ha de preguntarle. Tiene que saberlo. Entonces, la ve tomando rumbo
a Las Culebras, donde todas las generaciones juegan, y nunca pierden, a ser
adultos. Es el momento. Acelerando tras ella, se siente de pronto a lomos de
caballo, aunque es sólo su pecho el que trota. Contárselo. Han pasado muchos años,
pero ha cumplido su palabra: ella nunca se casó.
Relato con el que participo en ZENDA, con #historiasrurales