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Mamá, empujada por
la vida, se acostumbró a morir tres veces al día: por la mañana, a mediodía y
por la noche, siempre después de las comidas. Papá lo hacía una tarde sí y otra
no, salvo si había partido, que entonces se la saltaba. Según él, el fútbol le
hacía revivir. La abuela lo intentó un martes, y nunca más; que ya tenía una
edad para andar espichándola sin venir a cuento, dijo. En cambio, mi hermano se
volvió un vicioso de expirar; moría y moría sin parar. Y le daba igual que
hubiera alguien delante. Hasta Roco aprendió a hacerlo, antes que a traerte la
pelota, y estiraba las patas de vez en cuando. Pero yo nunca he dejado de
resistirme. Morir por morir me parece un derroche de fallecimiento sin más. Que
soy un vividor, dirán en el más allá; lo sé, pero y qué. Me niego a sobrevivir
enganchado a la muerte de por vida.
Relato Ganador en el VI Concurs de Microrelats d’iSabadell, patrocinado por Llibreria Paes.
Tras varías ocasiones presentándome a este concurso, en el que solo conseguí hace unos años ser finalista, por fín me llevo el PRIMER PREMIO en lengua castellana. Es un concurso que, al convocarse en Sabadell, mi ciudad, me hacía especial ilusión ganar.