En casa vivo con una pelirroja, creo. Mi primera sospecha fue en el pasillo. Al oír abrir, me asomé y creí ver un revuelo de faldas que era sorbido por la puerta de la calle. Lo achaqué a las luces y al cansancio. La siguiente fue en el baño, cuando al llegar a casa entré a hacer pis, sonaban aún los últimos estertores de la cisterna. Y había un hedor ajeno, ni mejor ni peor, ajeno. A partir de ahí presté más atención a los sonidos que siempre atribuí a los vecinos. Y a los olores. He hecho inventario sensitivo de los tres meses que llevo aquí viviendo. Y a veces huelo a un perfume que no es el mío; o a café recién hecho, toco, y la cafetera está aún caliente. En alguna ocasión he puesto una tostada y luego han saltado dos. Perplejo, he recogido del tendero un sujetador. He visto en la nevera leche, cuando soy alérgico a la lactosa, o cosas que no recuerdo haber comprado. Las persianas: casi nunca están como las dejo. Encuentro el poto recién regado, libros que nunca leería, la tapa del váter bajada, cosas a pares. Pero la prueba definitiva la tuve anoche. Después de lavarme los dientes con uno de los dos cepillos que hallé, vi empañarse el espejo de aliento. Pero no del mío. No fue frente a mi boca, era medio metro más allá. Luego, al irme a dormir encontré la cama deshecha, las sábanas tibias y un pelo larguísimo del color de la Fanta sobre la almohada. Yo soy calvo. Los de la inmobiliaria me dijeron que era un piso con mucha vida, y es cierto. Ahora lo sé. Está lleno de otra, sólo que no coincide del todo en el tiempo con la mía.
Esta es mi participación en el concurso de Venta de Pisos.