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Foto casera |
Mi padre salió por la puerta dos semanas antes de que Papá Noel entrara por la ventana. Por eso mamá nos hizo esperarlo agazapados tras el sofá y las cortinas el día de Navidad. Cuando apareció, todos a una nos echamos encima y lo atrapamos. Él en ese momento no entendió nada, en los de después, ya sí. Al día siguiente mamá hizo que se afeitara y se pusiera Grecian 2000. Ahora vive con nosotros y, aunque al principio se sentía fuera de lugar, sobre todo cuando llegó la Semana Santa, poco a poco, y con voluntad, se ha ido adaptando. Le encantan las lentejas con chorizo y los macarrones con tomate. Y cuando come en la mesa, rodeado de todos nosotros, lo hace con una cara de esas de no haber tenido nunca una familia. Ya es otro. Antes se reía muy a lo tonto, sin gracia ni nada, pero ya ha aprendido a hacerlo en nuestra lengua. Y también la habla bastante bien. Aunque cuando nos riñe, sigue teniendo un acento de Laponia que hace mucha risa. A mi madre le dice que la quiere más de lo que jamás ha querido a cualquiera de sus renos. Y ella, que no imagina cuánto puede quererse a un reno, siempre le contesta que el querer se demuestra con hechos, no con renos. Entonces él le suelta algo muy bajito en lapón, y ella se pone tan colorada que casi se entiende lo que le ha dicho.
De entrada, mi abuela materna no quería hacerse a la idea, pero ahora está entusiasmada con este yerno que continuamente le hace regalos. A mis abuelos paternos les está costando más acostumbrarse. A fin de cuentas, un hijo es un hijo, por mucho que este sea más cariñoso, los mime y tenga el detalle de sentarlos de vez en cuando sobre sus rodillas. En el barrio han empezado a murmurar cuando miran. Pero no es porque se trate de Santa Claus, si fuera un torero o un administrador de fincas también lo harían. A la gente no le gusta que los demás no sufran cuando toca hacerlo. Y a nosotros, plin.
A él la verdad es que se le ve la mar de feliz con la oportunidad que le hemos dado de ser un papá de verdad. Pero a veces, cuando va a coger una cerveza, abre a hurtadillas el congelador y se queda mirando la nieve con una tristeza que se le nota en los hombros. Todos contamos con que un día se volverá al Polo Norte. Todos, menos mamá, que nunca cuenta con que la abandonen.
Como algunos de mis principios se acaban pronto, vuelvo a ZENDA con este relato.
#cuentosdeNavidad