En un rastrillo de fulares, sueños arrinconados, brazaletes y riesgos sin usar, se compró unas alas de segunda mano en muy buen estado. Convencida de que con ellas podría volar, subió a la azotea de unos grandes almacenes y, ante una asombrada clientela que tomaba café y suizos con nata, saltó al vacío. Tras instantes de incertidumbre, comenzó a planear con tal gracia, que la terraza entera rompió a aplaudir.Cuando, al sobrevolar su calle, el marido la descubrió surcando los cielos, le gritó desde abajo, con el puño arriba, que si estaba loca, que cómo se le ocurría y que volviera ahora mismo al suelo. A ella, que del mismo sobresalto perdió impulso haciéndole caer en picado, su instinto de supervivencia, desarrolladísimo a esas alturas, le hizo agitar con enorme brío las extremidades, descubriendo que sorprendentemente las alas habían enraizado en sus omoplatos. Por lo que, justo antes de llegar a tocar tierra, el mundo pudo ver cómo, con un bello quiebro, remontaba el vuelo. Y hasta ahora.
El domingo, 20 de septiembre, se cerró un paréntesis (abierto en marzo por la pandemia) y se entregaron los premios del VI CONCURS DE MICRORELATS “Dones veu a les dones”, de MONTCADA I REIXAC, en el que este relato obtuvo uno de los tres.
Enhorabuena a mis compañeras, Montse Maestre y Miriam Criado, ganadoras de los otros dos.